Malala y su familia en Birminghan Fuente: mujerhoy.com |
Cuando oí que habían elegido al Premio Nobel de la Paz de
este año esperaba con impaciencia saber qué Unión Europea, Barack Obama o Al
Gore de turno se lo había llevado. Mi sorpresa fue cuando escuché que se lo
habían otorgado a Malala Yousafzai
(Mingora, Pakistán, 1997) junto con Kailash Satyarthi (Vidisha, India,
1954) al que no conocía de nada. El premio Nobel de la Paz era para Malala una joven paquistaní a la que
los integristas talibán habían disparado en la cabeza cuando se dirigía a la
escuela siendo heridas también dos compañeras suyas. Malala tenía entonces 15 años, ahora cuenta con 17 años. Quisieron
matarla porque defendía públicamente el derecho de las mujeres musulmanas a
recibir la misma educación que los hombres. En todo momento ha tenido el apoyo
de su padre inspirador de su activismo, según ella misma dice, a quien agradece “no haberme cortado nunca las alas”.
Actualmente vive en Birminghan (Reino Unido), donde se recuperó del atentado, y
no puede volver a su país puesto que sigue amenazada de muerte ella y su
familia por los mismos que atentaron contra ella. Kailash Satyarthi es un
activista indio que lleva desde los años 90 trabajando activamente con el
movimiento indio contra el trabajo
infantil. Su organización Bachpan Bachao Andolan ha
liberado a más de 80.000 niños de varias formas de esclavitud, ayudándoles
posteriormente para hacer posible su reintegración, rehabilitación y educación.
Han ganado el Premio Nobel de la Paz 2014 “por su lucha contra la represión de los
niños y jóvenes, y por el derecho de todos los niños a la educación”.
De los dos me gustaría destacar a Malala. Con solo 17 años ha asumido la responsabilidad de ser la
cara visible de la lucha por la educación de las mujeres en muchos lugares del
mundo y, por extensión, al derecho a una educación en igualdad. Ella ha dado su
cara, literalmente, y arriesga su vida para que no haya ni un niño en el mundo
que no tenga acceso a la educación. En una entrevista
reciente dice que, como a cualquier otro joven, le cuesta estudiar por eso
cuando se enteró de que le habían concedido el Nobel de la Paz continuó con su
clase de Química porque, según dijo ella con mucho sentido del humor “no quedaría muy bien que la chica a la que
dispararon por querer ir al instituto no se sacara la Secundaria”.
Me pregunto si, como con otros problemas que azotan al
tercer mundo, somos conscientes de la oportunidad que nos brinda nuestra
sociedad de poder estudiar con unas garantías de calidad casi todo lo que nos
dé la gana. Si exprimimos al 100% nuestro sistema educativo para estar lo mejor
preparados posibles. Si somos, incluso, capaces nosotros mismos de pasar por
encima de las carencias que ese sistema educativo tiene y aprovechar otras
fuentes de información como internet. Aunque solo sea porque la educación es la
mejor arma que tenemos para que cueste más que nos puedan engañar.
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